Fantasmas llegan y se van. A veces abro la puerta. Algunas se quieren quedar.
Y las manos, las manos me saben a placer, a cuidar y conocer.
Los pies. Mis pies bailan sin saber que no habrá mañana, que no hay un ayer más deseado que aquél que habité.
El perfume que impregna mis habitaciones augura una nueva visita:
Fantasmas de las mujeres que amé antes de que el deseo de partir llenara mi cabeza. Me invitan a volver al hogar que construí con ellas, para guardarnos ahí e invitarlas a salir y volver a pasar y reconectar cuando este deseo de apagarme volviera.
Y cantar.
Y llorar.
Y danzar.
Sentir la casa y desear partir allá donde está. Con sus fantasmas en ella.
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