Una parte de mí se fragmentó, cayó al piso y se partió en dos al mismo tiempo que mi corazón. Recogí los dos pedazos, tiene un hueco que no podrá ser llenado y perpetuamente permanecerá; es casi imperceptible pero ahora yo lo sé y lo sabré siempre. Y es así como mi amuleto me mostró -una vez más- una de sus tantas metáforas del ser y permanecer.

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